La Historia de las Lavadoras

¿Te Sabes La Historia de las Lavadoras?



Si eres de las personas que, como a mí, eso de lavar ropa me da una mezcla de fastidio, pesadez y flojera, sigue leyendo, a ver si tu óptica sobre el asunto, cambia.

Muchos ciclos atrás

Por siglos lavar la ropa no era tan solo una tarea doméstica.

Era una mezcla de ruda tarea física, que retaba la resistencia, aliñada con una especie de evento social, catártico e informativo.

Comunidades enteras se reunían en ríos, lagos o pozos, frotando la ropa contra rocas planas o usando piedras de lavar para golpear las prendas y arrancar la suciedad. En Mesoamérica, los mayas y otros pueblos usaban cenizas y raíces de plantas como el amole, cuyas propiedades jabonosas ayudaban a eliminar la suciedad. Mientras tanto, en Sudamérica, herramientas como el manduco (en Venezuela) o el batán (en los Andes) servían para golpear y limpiar la ropa en ríos.



Antes, así eran las lavadoras

Imagina un amanecer en el siglo XVIII junto a un río en Francia. Decenas de mujeres caminan con cestas de ropa al hombro y niños correteando entre sus faldas.

 No es solo un día de lavado; es un día de comunidad. Mientras frotan sábanas contra las piedras, comparten recetas, chismes del pueblo y lamentos íntimos. Los ríos eran más que fuentes de agua: eran redes sociales vivas, donde el rumor y la solidaridad fluían con la corriente.

Mujeres lavando en el rio

Pero el invierno complicaba las cosas. Lavar en agua helada provocaba enfermedades, y las ciudades crecían de pozos suficientes. Fue entonces cuando Europa inventó los lavaderos públicos: techos de piedra que resguardaban a las mujeres de la lluvia y el frío, y les dieron un espacio para redefinir su voz colectiva.

Los Lavaderos Públicos

En 1850, París tenía más de 200 lavoirs publics, y ciudades como Lyon, Marsella y Bruselas seguían su ejemplo. Estos lugares no eran simples cobertizos: eran obras de ingeniería con pilas de piedra, canales de agua limpia y bancos de madera para descansar. Algunos, como el Lavoir de la Cité en Toulouse, eran verdaderas joyas arquitectónicas, con arcos neoclásicos y murales que honraban el trabajo femenino.

Lavoir de la Cité, Toulouse


Aquí, las mujeres de todas las clases sociales se mezclaban. Una costurera compartía jabón con una esposa de comerciante; una campesina enseñaba a una joven recién casada a quitar manchas de vino. Los lavaderos eran democracias improvisadas: el sonido del agua ahogaba las diferencias de estatus.

Pero no todo era armonía. En 1883, el periódico Le Figaro reportó una huelga en un lavadero de Montmartre: las lavanderas se negaron a trabajar hasta que el alcalde reparó las tuberías rotas. Fue uno de los primeros movimientos laborales liderados por mujeres en Europa.

La Cultura de las Lavadoras

Los lavaderos tenían su propia cultura oral. En Nápoles, las mujeres cantaban "canzoni di lavandaio" (canciones de lavandera) para marcar el ritmo del lavado. En Galicia (España), se recitaban poemas llamados "loias" mientras se retorcían las prendas. Estos rituales no eran solo entretenimiento: eran actos de resistencia.

Durante la ocupación nazi en Francia, los lavaderos se convirtieron en centros de espionaje casual. Las mujeres intercambiaban noticias prohibidas: "El panadero tiene harina extra" podía significar que la Resistencia necesitaba provisiones. En su libro "Lavanderas y Revolucionarias", la historiadora Michelle Perrot documenta cómo estos lugares fueron criptas de información durante la guerra.


De los Lavaderos a las Lavadoras domésticas

La llegada de la lavadora doméstica en los años 50 vació los lavaderos públicos. Para muchas mujeres, fue una liberación; para otras, una pérdida. "Extraño el bullicio, las risas... Ahora lavo sola, en silencio", confesó una anciana bretona en una entrevista de 1962.

Hoy, algunos lavaderos son museos, como el Lavoir de la rue de Buci en París.

Pero ¿cómo ocurrió ese cambio?

Veamos.

 La Electricidad y la Lavandería

El siglo XX trajo la expansión de la energía eléctrica. En 1908, Alva Fisher, un ingeniero de Chicago, presentó la Thor, la primera lavadora eléctrica de la historia. Fisher, obsesionado con automatizar tareas domésticas, incorporó un motor eléctrico a un tambor metálico. Su invento no solo ahorraba tiempo, sino que evitaba que las mujeres se expusieran a lesiones por mover manivelas.

 Un Ingeniero que se acordaba de su mamá

Alva John Fisher nació en 1862 en Chicago, en una época en que la ciudad se levantaba de las cenizas del Gran Incendio de 1871. Hijo de un carpintero y una costurera, creció entre el sonido de los martillos y el zumbido de las máquinas de coser. Desde niño, Fisher mostró una fascinación por los mecanismos: desarmaba relojes viejos y reconstruía poleas con clavos oxidados. Su familia, aunque humilde, lo apoyó para estudiar ingeniería mecánica en el Instituto Tecnológico de Illinois, donde se graduó en 1883 con una idea fija: "Simplificar el trabajo más duro del hogar".

Cada semana, Alva veía cómo su madre pasaba horas restregando prendas en una tabla de madera, con las manos agrietadas por el agua helada y el jabón cáustico. "Hay que inventar algo que les quite este peso a las mujeres", le dijo una vez a su hermano menor.

 

El Taller Subterraneo

En 1901, Fisher ya era un ingeniero respetado, trabajando para la Hurley Machine Company, una empresa especializada en maquinaria agrícola. Pero su mente no estaba en las cosechadoras, sino en las lavanderías. Por las noches, en el sótano de su casa, comenzó a experimentar con un motor eléctrico que había rescatado de una fábrica abandonada.

Su primer prototipo era una tina de madera con un eje metálico conectado al motor. La idea era simple: el eje giraría la ropa dentro de la tina, imitando el movimiento de las manos humanas. Pero el resultado fue desastroso. El motor, demasiado potente, destrozaba las prendas, y las chispas del circuito eléctrico quemaban la madera. Su esposa, Clara, bromeaba: "Alva, vas a incendiar el barrio antes de lavar una camisa".

El primer prototipo de lavadora


Como se pueden imaginar, Fisher no se rindió. En 1905, tras docenas de prototipos fallidos, rediseñó la máquina con un tambor de metal perforado, inspirado en las centrifugadoras de leche. Esta vez, el motor giraba el tambor a una velocidad controlada, mientras un sistema de poleas evitaba que la ropa se enredara. Para probarlo, usó sábanas manchadas de carbón (un material común en la Chicago industrial). Tras 30 minutos, las sábanas salieron limpias, aunque arrugadas. ¡Era un éxito!... parcial.

La Thor: La Primera Lavadora Eléctrica

En 1908, Fisher patentó su invento bajo el nombre "Thor", en honor al dios nórdico del trueno, simbolizando la potencia de la electricidad. La máquina, fabricada por la Hurley Machine Company, era un coloso de hierro fundido y cobre: pesaba 150 kg, costaba 150 dólares (casi el salario mensual de un obrero) y requería instalación profesional. Pero tenía algo revolucionario: un motor eléctrico de 1/4 de caballo de fuerza, protegido por una carcasa a prueba de salpicaduras.



Fisher no se limitó a venderla. Sabía que las amas de casa desconfiaban de la electricidad, asociada entonces a incendios y electrocuciones. Por eso, organizó demostraciones públicas en mercados de Chicago. En una de ellas, en 1909, lavó una montaña de ropa sucia frente a una multitud incrédula. "¡Es brujería moderna!", gritó una anciana entre el aplauso general.

Lavando Paradigmas

La Thor no fue un éxito inmediato. Los primeros modelos tenían fallos graves: los motores se sobrecalentaban si se usaban más de 20 minutos, y las correas de transmisión se rompían con facilidad. Fisher, obsesionado con la perfección, pasó meses ajustando el diseño. En 1910, lanzó una versión mejorada con un termóstato rudimentario para evitar incendios y un tambor reversible que reducía los enredos.

Pero su mayor obstáculo no era técnico, sino cultural. Muchos criticaban que la lavadora "alejaría a las mujeres de sus deberes". Un periódico de la época incluso publicó: "¿Qué harán las damas con tanto tiempo libre? ¡Se volverán ociosas!". Fisher, sin embargo, defendió su invento con un argumento visionario: "La tecnología no quita trabajo, lo dignifica".

 

El Legado: Más Allá de la Lavadora

Aunque Fisher se enriqueció con la Thor, nunca dejó de innovar. En 1920, patentó una secadora eléctrica acoplable a la lavadora, aunque esta no se masificaría hasta los años 50. Murió en 1947, el mismo año en que Bendix lanzó la primera lavadora automática, un hito que él mismo había predicho.


Lavandería Automática

Hoy, su nombre no es tan famoso como el de Edison o Tesla, pero su invento transformó la vida doméstica más que ningún otro. La lavadora eléctrica no solo ahorró tiempo: liberó a millones de mujeres para estudiar, trabajar y participar en la vida pública.

Detalles de Lavadoras

Si visitas el Museo de Ciencia e Industria de Chicago, verás una Thor original, con su motor oxidado y su tambor de hierro. Junto a ella, una placa reza: "Alva J. Fisher: El hombre que convirtió el sudor en electricidad". Un tributo modesto para un gigante de la ingeniería... y de la humanidad.

  • La primera Thor se vendió a un hotel de Milwaukee, donde lavaba sábanas para 200 huéspedes diarios.
  • A Fisher le encantaba el jazz: se dice que ajustaba el ritmo del tambor de la lavadora al compás de sus discos de Louis Armstrong.

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